Muchos de los que me conocen dicen de mi que tengo un optimismo enfermizo, otros censuran mi pragmatismo y mi apego a tener siempre los pies en el suelo criticando a los que no dejan de soñar, pero casi todos coinciden en considerarme demagogo. Supongo que estos tres aspectos, optimismo, realismo, demagogia, están íntimamente ligados.
Demagogo es aquel que defiende con vehemencia aquellas cuestiones en las que en el fondo no cree. Y es aquí donde todo empieza a liarse: es cierto que no soy iluso, que entiendo la realidad en la que vivo y el ámbito en el que lucho, rio y lloro; pero no es menos cierto que conocerlo no mi impide afirmar desde unas profundas convicciones afianzadas en mi propia esencia, que otro mundo no solo es posible sino también necesario. Por ello discrepo en el tercer calificativo: sí creo en aquello que defiendo aunque entienda que pese a mi juventud yo no viviré para ver los cambios deseados.
Descartado el tercero me queda la duda de si pesa más el optimismo o el realismo. Creo que solo ambos calificativos me definen, y estos últimos días han sido un buen ejemplo: cuando todo parece gris y las paredes se vuelven pesadas es fácil caer en el victimismo. Yo prefiero sonreír y agradecer la dedicación de aquellos que se han preocupado por mí. Sentirse apoyado y querido es algo maravilloso, aunque se produzca en un clima inadecuado.
1 comentari:
besos gordosssssss!!! yop
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