El 4 de Febrero tuvo inicio una huelga indefinida de la Administración de Justicia que duró 2 meses, le siguieron paros en Aviación, Sanidad, Hacienda, Educación, agricultura, ahora Transportes (marítimo y terrestre) y previsiblemente movilizaciones en Hosteleria y Función Pública estatal.
Todos los sectores productivos movilizados en paros individuales y todos caracterizados no por atacar un modelo económico o político del Gobierno vigente, sino como reacción y lucha frente a un modelo económico que los asfixia y los ha llevado a plantearse que trabajar es más costoso que dejar de hacerlo.
Días vendrán para hablar sobre el proceso huelguístico en sus múltiples facetas: de protesta, general, de masas, revolucionaria... pero hoy no me resisto a dejaros pequeñas pildoras extraidas de los escritos de Rosa de Luxemburgo y escritas en 1906.
Reconozco que algunos párrafos puede generar polémica y encendidos debates, pero si tal sucede es porque poco hemos aprendido en estos 100 años de historia sindical. Aprendamos de los errores pasados y no caigamos una y otra vez en ellos.
Los obreros de la industria textil de San Petersburgo repetían una vez más la huelga general y lograban esta vez un extraordinario éxito: la instauración por vía legal de la jornada de 11 hors y media en toda Rusia. Pero hubo un resultado aún más importante; desde aquella primera huelga general de 1896, que fue emprendida sin asomo siquiera de organización obrera y de fondos de huelga, comienza poco a poco en la Rusia propiamente dicha una intensa lucha sindical que se extiende muy pronto desde San Petersburgo hacia el resto del país, y abre perspectivas totalmente nuevas a la propaganda y a la organización de la socialdemocracia. De este modo, un trabajo invisible de topo preparaba, en el aparente silencio sepulcral de los años que siguieron, la revolución proletaria.
Las sólidas organizaciones, concebidas como fortalezas inexpugnables y cuya existencia hay que asegurar antes de soñar siquiera con acometer una hipotética huelga de masas en Alemania, surgen en Rusia, por el contrario, con la misma huelga de masas. Y mientras que los guardianes de los sindicatos alemanes temen, sobre todo, que las organizaciones estallen, como preciosa porcelana, en mil pedazos en el torbellino revolucionario, la revolución rusa nos muestra la imagen invertida: del torbellino y de la tempestad, del fuego y las ascuas de la huelga de masas, de las luchas callejeras surgen, como Venus de la espuma del mar, nuevos, jóvenes, vigorosos y ardientes..., los sindicatos.
Solo en los períodos revolucionarios, en los que los cimientos y los muros de la sociedad de clases se agrietan y se requebrajan, cualquier acción política del proletariado puede arrancar de la indiferencia, en pocas horas, a las capas del proletariado, a través de una batalla económica tormentosa. Repentinamente electrizados por la acción política, los obreros reaccionan de inmediato en el campo que le es más próximo: se sublevan contra su condición de esclavitud económica.
Una huelga de masas que haya nacido simplemente de la disciplina y del entusiasmo tendrá el valor, en el mejor de los casos, de episodio, de síntoma de la combatividad de la clase obrera, después de lo cual la situación retomará a la apacible rutina cotidiana.
La actitud adoptada por numerosos dirigentes sindicales ante el problema de la huelga general se limita comúnmente a la afirmación: " no somos lo suficientemente fuertes como para arriesgarnos a probar nuestrs fuerzas en una empresa tan audaz como es la huelga de masas". Ahora bien, este punto de vista es insostenible, puesto que es un problema insolube querer apreciar en frío, por medio de un cálculo aritmético, en qué momento el proletariado sería lo suficientemente fuerte como para emprender cualquier lucha.
Los sindicatos se hundieron y desaparecieron en ella, para surgir luego, renacientes, en la próxima oleada. Éste es, precisamente el método específico de crecimiento que se corresponde a las organizaciones de clase proletaria: probarse en la lucha, para resurgir de ella renovados.
Las capas que están hoy más atrasadas y desorganizadas constituirán, lógicamente, el elemento más radicalizado de la lucha, el más fogoso.
La especialización en su actividad profesional de dirigentes sindicales, así como la natural restricción de horizontes que va ligada a las luchas económicas fragmentadas en los períodos de calma concluyen por llevar fácilmente a los funcionarios sindicales al burocratismo y a una cierta estrechez de miras en el modo de ver las cosas. Y ambas cosas se manifiestan en toda una serie de tendencias que pueden llegar a ser altamente funestas para el futuro del movimiento sindical. Entre ellas se cuenta, ante todo, la sobrestimación de la organización, que, de medio para conseguir un fin, llega a convertirse paulatinamente enun fin en sí mismo, en el más preciado bien, en aras del cual han de subordinarse los intereses de la lucha.
En lugar de la agitación sindical, llevada a cabo con camaradería, a título honorífico y por puro idealismo, surge la ordenada dirección burocrática y profesionalizada de los funcionarios sindicales enviados, por lo general, desde fuera. La masa de camaradas es degradada a la categoría de masa sin discernimiento, de la que se exige principalmente la virtud de la "disciplina", es decir, de la obediencia ciega. Se rechaza toda crítica teórica a las perspectivas y las posibilidades de la práctica sindical, haciendo creer que constituiría un peligro para la fe de las masas en un sindicato.
Tomar la iniciativa y la dirección no consiste, en dar órdenes arbitrariamente, sino en adaptarse lo más hábilmente posible a la situación, y en mantener el más estrecho contacto con la moral de las masas.
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