De aquellos tiempos en los que el Gobernador de California se dedicaba al séptimo arte, data la película Connan el bárbaro. En este clásico tres héroes recorren las áridas tierras de la fantasía buscando una espada legendaria, pero solo al final de su travesía se dan cuenta de que la fuerza, la imbatibilidad no reside en las armas de frío metal sino en las cálidas carnes de quienes las empuñan.
Pero esta incomparable fuerza del ser humano se transforma en la más patética de las debilidades cuando aquello a lo que tiene que hacer frente no forma parte de un ajeno y despiadado mundo sino que se enraíza en lo más profundo de su ser.
Podemos luchar contra cientos de adversidades, plantarle cara a un tanque con una flor pero a lo que jamás podremos vencer es al dolor de un alma herida. Pero tal vez esta sea nuestra auténtica grandeza: mentes capaces de solventar hasta los obstáculos más titánicos pero incapaces de renunciar a nuestra parte más sentimental.
Dueños del mundo, esclavos de nuestro corazón.
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